MUERTOS DEL FÚTBOL

La vida no vale nada, como dice la canción, y eso pensé, cuando miré las imágenes que pasaron en televisión del asesinato del hincha del Nacional en la estación de Transmilenio, en Bogotá.
Pero si la vida no vale nada, también pienso que la capacidad de asombro se ha perdido en Colombia. Cada ocho días hay uno o varios muertos por cuenta de la violencia del fútbol, y digo del fútbol, porque hasta ahora no se mostrado ningún aficionado al atletismo que al terminar una prueba lo maten porque no ganó el competidor que él quería; tampoco a los aficionados al patinaje que salgan destruyendo lo que encuentran a su paso, porque ganó un italiano en lugar de un colombiano. Y me pregunto: ¿Qué tiene el fútbol para llegar a esos extremos de violencia?
Primero, la pasión que genera. Cada aficionado quiere defender al equipo de sus amores y cree tener su verdad absoluta. No admite razones ni lógica. Las enemistades que produce el que un compañero, la esposa, la novia y la familia no sea hincha del mismo equipo, no tienen nombre.
También están los ingresos económicos. No hay disciplina en donde haya más intereses que en el fútbol. Para los organismos que lo rigen, para los clubes, para los dueños de los pases jugadores, para los deportistas, para los patrocinadores, para la empresa, para los medios de comunicación y hasta para los

trabajadores informales que viven de él. Es una verdadera mina de oro. Si la comercialización de la droga produce grandes dividendo, ni hablar de este deporte. ¿Cuánto vale el pase de un jugador?…
En tercer lugar, las barras. Ya no son bravas sino furiosas. Ir al estadio se ha convertido en todo un riesgo. Usted entra, pero no sabe si sale vivo. A tal extremo ha llegado la situación, que los hinchas del equipo visitante no se pueden mezclar con los del local y menos aún vestir la camiseta.
Tampoco podemos olvidar la responsabilidad de los medios de comunicación. Los locutores y comentaristas con sus opiniones ayudan a encender los ánimos. Se creen los técnicos de los equipos. No solo sugieren quien debe jugar sino por quien se les debe reemplazar.
Y entonces ¿qué hacer? Ya tocamos fondo. Por cuenta del fútbol no podemos incrementar la violencia que en nuestro país tiene una génesis tan compleja. Necesitamos hacer una reflexión y emprender campañas que nos conduzcan a serenar los ánimos. No es con medidas policivas, ni con cárcel y mucho menos jugando a puerta cerrada. Esto exige un compromiso nacional y si no lo hacemos ya para mañana puede ser tarde.

 

Por: Amparo Alzate

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